Alrededor del Eje

Un hombre caminaba hacia un espejo en el baño del Centro Cultural Andino. La imagen del reflejo le hablaba, suplicaba. Le decía que volviera a casa, que estaba demasiado cansado.

Se obligó a reprimir la desesperación. La siguiente conferencia era muy interesante como para volverse con la cola entre las patas. Abrió la canilla frente al espejo, y curvó sus manos para sostener el agua que se le iba entre los dedos. El agua llegó a su cara, escurriéndose sin cumplir su cometido.

Por un momento, perdió su asidura en el mundo real ante el embate de la melatonina, y sus pies tropezaron contra la nada. En una fracción de segundo, volvió a apretar la realidad con todas sus escasas fuerzas, pero era tarde.

Esperó el impacto contra el vidrio duro, pero nunca llegó.

El baño estaba vacío.


Una mujer despertaba en una cama de acero.

Soñó despierta un instante más, en felicidad estúpida. Las paredes eran de metal, de bronce pulido. El bronce parecía tan cómodo como su propia cama, la cama de su casa. Las paredes cambiaban y se movían, soltando hermosas notas del contacto entre metales.

"¡Qué hermoso instrumento!" - Se escuchó decir ensoñada. El sonido de su propia voz, rasposa y afónica en comparación, la hizo sobresaltarse y despertar. Resbaló de la cama, desprovista de cualquier colchón o almohada. Era apenas un bloque de bronce pulido.

El impacto le dolió, pero el suelo la recibía agradable. Era duro, pero no dejaba de ser cómodo y amigable. La despertó una vez más la visión de un enorme engranaje saliendo del suelo a pocos centímetros de su torso, y saltó sobre la cama de nuevo. Todo el suelo se movía e intercambiaba, y los engranajes cruzaban como peatones. El sonido del metal, sin duda tan brutal como el de una fábrica, sonaba tanto más hermoso que una orquesta, cantándole una balada romántica.

Unos tubos transparentes transitaban detrás de las paredes, llevando líquido color diamante y cristal. Una especie de insecto, bizarro y de otro mundo, viajaba en los tubos, tal vez alimentándose del cristal líquido. En vez de alas, tenía pies, y en vez de pies, tenía tallos, que crecían entre cada insecto y los conectaban. Sus caras tenían nueve ojos rojizos, pulsantes, que parecían observar toda la sala en todo momento. Eran hermosos. Tan hermosos como el sonido del metal. Como el líquido color diamante y cristal.

Y en el centro de la habitación, a manera de conductor de la música, la sinfonía de color y sonido que inundaba sus sentidos, descansaba una máquina de engranajes, danzando quieta, sentada en un trono de bronce. La coronaba un pilar de mármol, blanco y brillante, casi cegador. El pilar sostenía una llave tan bronce como las paredes, dibujando la infinitud.

Dio un paso fuera de la cama, hipnotizada. El suelo, antes como arena movediza, se endureció ante el paso de sus pies desnudos. Cuando separó los pies del suelo para continuar el camino, la placa de bronce desapareció, envuelta en su rutina usual. Tropezó un poco, amenazando caer entre los engranajes, pero otra placa sostuvo sus pies, como un familiar preocupado.

La mujer no veía, no sentía. El brillo de la infinitud la atraía, consumía su percepción. Entre pasos temblorosos e incesantes, caminó por placas de bronce, hasta el pilar de mármol. Otra placa la alzó un poco, sin notarlo ella, mientras su mano se extendía hacia la llave. Sus dedos la asieron un segundo, deleitándose ante el metal frío, ante la forma sinuosa, suave. Los músculos tensaron, la mano se cerró. El brazo tiró con fuerza, y arrancó la llave del mármol, desesperando de posesión.

Un chillido sincronizado y conjunto hizo temblar la carne de la mujer. Los tímpanos se partieron ante la presión, y ella cayó al suelo, duro y hostil. El chillido continuó, indescifrable, sin ser oído. Gritaba como un niño, y se quejaba como los engranajes sin aceite.
El movimiento se detuvo; Las paredes detenidas. Los tubos se volvieron grises, repletos de ceniza y cuerpos de insecto. Se corroían las placas de bronce, y la música agonizó chirriando, deteniéndose para siempre.

Los ojos corrían por la habitación, llorando. Un poco de culpa y un poco de dolor la sacudían, asiéndose con todo su cuerpo a la llave brillante. Resbaló, cayéndose sobre la cama dura. Temblando se apoyó contra la pared.

Entonces una mano de metal la aferró.


Se decía de Damocles que vivió con una espada sobre el trono.

Se dijo también de ÍCARO REY que un día, una espada flamígera como su propio cuerpo traería la venganza del Dios sin nombre, víctima de su robo, pero no más de la falta. Se dijo que un día, la espada de sus disidentes ardería más fuerte que su propio fuego y lo quemaría.

ÍCARO REY, insultado, quemó como papel al viejo profeta, y lo nombró Veneno, pues su lengua era tan hábil como la de una serpiente y su intención igual de malévola. Pero el viejo lo miró a los ojos, aunque estaba ciego, y pronunció en ensordecedor silencio su sentencia.

"Y la espada se llamará Ajenjo, porque hará de tus fuegos amargura y carencia, y porque arderá tras tu muerte, deleitándose en tus cenizas."


- "¿Y qué ha ocurrido aquí?" Preguntó inquieto el oficial de incógnito.

Las afueras del Reposo de Simeón estaban oscuras. El momento de la confusión había pasado, luego de horas y horas de revuelo y acusaciones. Algunos afirmaban que era un milagro, otros que era obra de Satán en persona. Eso no cambiaba que había una sotana morada y cenizas en el suelo y nadie sabía de dónde habían salido.

- "Pues, ¿Qué te piensas?" - Contestó malhumorado un oficial en uniforme. - "Estúpidos clamando '¡Milagro, milagro!' y poco más. Venga, circule."

El policía de incógnito caminó lentamente, pegándose lo más posible a la cuadra. Ojeaba intensamente las ventanas del edificio, sientiéndose observado y con sus propósitos desnudos.

De repente, un reflejo de luz lo cegó. Se sobresaltó, pero reprimió la reacción lo más que pudo. Sonrió y se alejó caminando más rápido, evitando las miradas.

El otro hombre dentro del edificio guardó el espejo y se volvió dentro, lejos de las ventanas.


George tenía sus ojos pegados al cielo. Fijos, impasibles, apuntados a la oscuridad nocturna.

Sin embargo, no estaban quietos. Las pupilas se movían a gran velocidad, saltando de punto a punto. Porque en realidad, George estaba absolutamente atónito. La sorpresa penetraba a través de sus ojos, neutralizando el razonamiento como una droga.

Pero una sensación más primal, más profunda, luchaba por salir. Los gritos internos del pavor llenaban su corazón, y lo hacían latir a toda velocidad.

De repente, el viejo DC-3 giró vertiginosamente, despegando con brutalidad sus ojos del firmamento. El movimiento lo devolvió a la realidad, tanto más aterrorizado. Deseaba acostarse como un feto, esconderse en un lugar oscuro donde no tuviera que observar.

La mirada de Chuck lo llamó. Estaba tan atónito como él, casi un espejo de la palidez de su propia cara. Las bocas de ambos se abrían de terror, buscando palabras sin encontrarlas.

- "Dile al piloto que vuelva." - Balbuceó por fin Chuck.

Las palabras lo habrían asustado más, si hubiera podido asustarse. El terror ya era absoluto, y nada lo haría peor. George no quería hablar, no quería moverse. No podía obligarse a tomar acción

Sin embargo, sus piernas se tensaron, medio por instinto, medio por orgullo. Algo dentro suyo se rehusaba a morir, a admitir la muerte. Tambaleándose primero, más seguro después, recorrió la distancia entre los asientos y la cabina del piloto. No conocía al piloto, y sabía no le hablaría si la situación fuera diferente, pero la necesidad lo llamaba.

- "¡Da la vuelta!" - Gritó mientras empujaba la puerta con todo su cuerpo. La fuerza no le bastaba para abrirla con los brazos, y casi se cayó cuando por fin cedió a su peso. Sus ojos se encontraron con otra cara pálida, más blanca que el papel. El piloto abrió la boca y no dijo nada. Ambos estaban inmóviles.

- "¡DA LA VUELTA!" - Volvió a gritar. - "¡Hay que volver, antes de que sea tarde! ¡Quizá algo podremos hacer!"

Y en lo alto, sin mayor alboroto, las estrellas se iban apagando.


Un doctor daba dos pasos dentro del ascensor. El piso estaba oscuro, y el único sonido que escuchaba eran sus propios pasos, siguiéndole de cerca como la sombra que no tenía, como una criatura sombría que caminase con él.

Cuando su cuerpo estuvo protegido por las paredes de metal, y empapado en la luz del ascensor, sus manos temblorosas se extendieron hacia el número veintitrés negativo en la lista de botones de metal.

Subnivel 23.

Una música repetitiva empezó a sonar, casi como una burla, un insulto.

Una pantalla en el ascensor leía "0." Pronto, el número se deslizó hacia arriba, y un "-1" lo reemplazó, tomando su lugar con quirúrgica precisión. -2. -3. Los números se sucedían inexorables. -4. -5.

Temblaba cada vez más. La hoz, el filo, la muerte se acercaban. Impasible el ascensor seguía descendiendo, sordo a las súplicas silenciosas del doctor.

-10. -15.

Algo se rompió. Cada vez más, el ruido del descenso le parecía malévolo. Una lágrima se deslizó por su cara y cayó al suelo.

-19. -20.

Gritó. Gritó. Golpeaba las paredes desesperado. No había botón para detener el descenso. Los números se sucedían inexorables.

-21.

Cayó al suelo, aplastando su cabeza a las puertas. Balbuceó rezos, y suplicó por perdón a sus pecados. En posición fetal, el tiempo se hizo más lento. La música sonaba al tempo de un reloj, el reloj de la ejecución.

"Bienvenido al Subnivel Veintidós. ¡Esperamos que su estancia sea agradable!"

Alzó los ojos, sorprendido. La pantalla leía exactamente lo que dijo la voz. -22.
Se levantó, algo avergonzado. Se sentía increíblemente estúpido. Sus ojos encontraron un piso oscuro, casi imposible de observar. No importaba, al menos no era el Subnivel Veintitrés.

El doctor dio dos pasos fuera del ascensor. El único sonido que escuchaba eran sus propios pasos, siguiéndole de cerca como la sombra que no tenía, como una criatura sombría que caminase con él.

Cuando su cuerpo estuvo completamente desprotegido, fuera de las paredes de metal, y estuvo empapado en la oscuridad…

"B-bien-bienvenido a-a-al-l…"

Unas fauces dentadas, deformes y más oscuras que el vacío se cerraron.

"S-Subnivel V-V-Veintitrés."


Apéndice SCP-ES-███ C: Documento recuperado.

Ocurre algo malo con el número 13.
El interior de la habitación es inaccesible. Debido a esto, no pudieron hacerse escaneos visuales.
Se desconoce la naturaleza de la habitación. Los planos del Sitio-34 indican que fue planeada, pero no hay ninguna marca, ninguna referencia a su propósito.
Ninguno de los de arriba quiere decir nada. Casi parecen temer la existencia del archivo que confirma su existencia.
Parece ser una celda estándar de contención humanoide. ¿Para qué, o quién?
Está puesta allí por algo. Está hecha para ser imposible de romper o acceder. Ya sabemos quién está al lado.
No se permite el uso de explosivos. Colapsará al menos un tercio del Subnivel, por no mencionar otras consecuencias estructurales.
No hay nada dentro, eso es seguro. Ningún escáner detecta nada fuera del [CENSURADO]
Pero sin embargo, hay algo que me inquieta.
A veces, podemos escuchar risas.
- Emily Johanson, Departamento Betelgeuse.

El anterior documento fue recuperado en el Subnivel 13 del Sitio-34 tras el colapso, en un grupo de habitaciones derrumbadas cuya existencia se ignoraba. Se desconoce su autor. No hay evidencia de la existencia pasada o presente de un "Departamento Betelgeuse."


Detrás de las puertas de los ojos, está el corazón, la mente. Uno mismo.

Son diez las virtudes, y ocho los pecados.

Ocho tentaciones, ocho monstruos horrendos.

Uno a uno van cayendo.

Dos van, seis faltan.

¿Quién se sienta al otro lado de la habitación?


Sentado frente a un espejo, Gerardo duerme.

Smirk corre, aterrado.

Cantan, canta la necrópolis por los nuevos visitantes.

¡Misericordia, misericordia!

El martillo cae, la sentencia sellada.

Y una dimensión termina, en el flash de una explosión.

Las lágrimas corren, es el funeral.

Esta es la flor, del partisano.

Y la gente que pasa dirá, ¡Qué bella flor!

Pero en la distancia observa un hombre encapuchado.

Cruento y satisfecho.

Su cara, una mano cruzada por una sutura abierta.

Y en la sutura, un ojo negro.

Las memorias hablan, los recuerdos tiemblan.

Gangstalkers.


Un hombre aún cansado pero más despierto anotaba furiosamente en su cuaderno.

Es curioso que no haya estrellas en el cielo. Por alguna razón, cada vez que pienso en ello recuerdo un pasaje de la Biblia. "El nombre de la estrella es Ajenjo, y convirtióse la tercera parte de las aguas en ajenjo; y muchos hombres murieron a causa de esas aguas porque se habían vuelto amargas."

Se apoyó en la baranda del balcón, respirando agitado aún. Había mucho que describir, que nombrar y pensar. La mochila repleta de comida ya no le pesaba. No pesaba el cansancio, ni todavía la preocupación.

De repente, una ocurrencia le asaltó, como si las palabras fueran susurradas a su oído; ¿Cómo nombrar este sitio, tan nuevo como cualquier isla, rincón o continente perdido en el otro lado del espejo?

Lo llamaré Museo, porque eso es lo que es.
Lo nombraré Prisión, porque encierra los recuerdos fugitivos de
Será Museo-Prisión, porque

No servían. Sabía que no correspondían a algo tan alien a su propio mundo. Seguramente tenía un nombre distinto allí. ¿De qué serviría nombrar así?

La musa seguía susurrando a sus oídos una canción dulce y sorda… El silencio, la ausencia lo inspiraba.

Se llamará Eje, porque alrededor giran los mundos, y en el centro descansa.

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